Todo blog tiene esa historia del momento en que nació, su hora zero. Y este también la tiene. Nunca me he atrevido a ponerla en letras porque va acompañado de otra historia paralela, la de mi depresión postparto.
Ah si, la "depresión postparto", la que unas tildan de mito, la que otras dicen "en mis tiempos eso no existía" y la que otras callan. Pues aquí mismo les digo que es muy real. Viene en todos los tamaños y colores, tan distintas como cada mujer.
No puedo decir con exactitud cuando empezó todo, pero creo que desde mi embarazo ya algo andaba mal. Las hormonas estaban jugando conmigo, montándome en una montaña rusa de emociones como a cualquier embarazada, con la única diferencia es que en mi caso poco a poco dejé de sentir cada una de las emociones para solo quedarme con una: vacía.
Cuando tu hijo llega al mundo, te inunda un amor especial y único. Es indescriptible. Pero me duró muy poco. Yo sentía miedo y tristeza, mucha tristeza. Me encerraba en el cuarto de mi hija a llorar por horas. Llorar y dormir, era lo que hacía. Claras señales de la depresión pero nadie lo notaba. ¿Quién iba a saber la diferencia entre los desniveles hormonales normales y lo que a pocos crecía en mi mente?
Nadie te educa para eso. En mis clases de preparación al parto nunca tocaron este tema. Nunca le dijeron a los esposos "ojo con esto". En el hospital te dan una breve pero muy puntual charla sobre lactancia, pero ni mención de los sentimientos que invaden a las mujeres. Parece que la depresión postparto es "el aquel que no debe ser nombrado" de la maternidad y justo quedé yo conociendo al Voldermont en vivo y a todo color.
Pasaban los días en casa, encerrada en ella y en mi mente. De estas dos, la última era la peor. Poco a poco se iba cavando un túnel en el que iba cayendo. De sentirme triste pasé a sentirme inútil, y de inútil pasé a vacía. Había perdido mi valor como persona. Visitas iban y venían y nadie lo notaba. Hasta que alguien un día me pilló llorando desconsolada sin motivo alguno y me pregunta: ¿estás bien?. Justo en ese momento un rayo me atravesó... "No. No lo estoy". Llamé a mi mamá y le dije que llevaba 3 días llorando y que si seguía así me buscara ayuda.
Gracias a que una persona me preguntó cómo estaba empezó mi camino a reconocer que necesitaba ayuda. Tardaron 2 largos años hasta que volviera el brillo en mis ojos, hasta que recordara quien era, hasta que me volviera a sentir útil y con propósito...y heme hoy aquí.
Nunca volví a ser la de antes, eso es cierto, y no me molesta. Hubiese preferido no pasar por eso (créanme) pero sin ello, hoy día no existiría este blog ni tampoco existiría la persona que soy.
Este blog fue parte de mi terapia. Tener un proyecto, un plan, una idea que me enamorara, que despertara lo que creía haber perdido dentro de mi; fue como renacer de entre las cenizas, como el Fénix.
Recuperé mi fuego pero nunca será como el de antes, porque soy otra... ahora soy mamá y eso hace toda la diferencia. Ahora tengo unos ojitos que me ven. Quiero que esos ojitos sepan que no importa la caída, lo que importa es levantarse, tarde lo que tarde, cueste lo que cueste. Quiero que sepa que está bien tener días malos o muy malos pero ellos no te definen.
Todas tendremos malas etapas como madres y como mujeres, pero ellas no van a definir lo que somos. Quiero que siempre recuerden eso.
xoxo